La asimilación forzada en el ámbito laboral es una de las consecuencias más dolorosas para la población indígena, señala en entrevista la abogada Cecilia Valencia Canul. En México, el 65% de la población indígena está en situación de pobreza por la falta de empleos dignos.
Las personas indígenas tienen menos oportunidades laborales que el resto de la población. Pero la brecha en su empleabilidad o en el goce de condiciones de trabajo digno es más amplia si cumplen con las características que dicta el imaginario racista o, como lo ha llamado la lingüista Yásnaya Aguilar Gil, con el “indigenómetro”.
Por ejemplo, mientras más oscuro es el tono de su piel tendrán más posibilidades de mantenerse, regresar o caer en la pobreza. Si además son mujeres, esto empeora.
En México, de cada 100 mujeres de tez oscura que nacieron en los hogares más pobres, 58 se quedan en la misma situación económica al alcanzar la edad adulta, según el reporte Gradientes desiguales: Sexo, tono de piel y movilidad económica intergeneracional.
Mientras que en el caso de las mujeres de tez clara, son 41 de cada 100, según el estudio elaborado por investigadores del Centro de Estudios Espinosa Yglesias (CEEY).
Otro indicador es el idioma que se habla. La tasa de participación económica para las personas que hablan una lengua indígena es de 71%, mientras que para las personas cuya lengua materna es el castellano es de 81 por ciento, según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi).
“Los datos con los que contamos para saber muchas de las condiciones en las que vivimos las personas indígenas se basan simplemente en si hablamos alguna lengua. Eso es lo que para muchas instituciones determina si una persona es indígena o no”, señala en entrevista la defensora de derechos humanos Cecilia Valencia Canul.
“Al no tener datos concretos y reales, hay una falta de políticas públicas, necesarias y eficientes, para la empleabilidad de personas que pertenecen a pueblos y comunidades indígenas”.
Panorama laboral indígena en México
Esta semana se conmemoró, como cada 9 de agosto, el Día Internacional de los Pueblos Indígenas, establecido así por la Asamblea General de las Naciones Unidas en diciembre de 1994. Aunque en los últimos años, la categoría “indígena” es cada vez más cuestionada.
Pero antes de abundar en ese debate, vayamos a las cifras que revelan la discriminación contra la población de las naciones originarias. De acuerdo con el Consejo para Prevenir y Eliminar la Discriminación en la Ciudad de México (Copred), para que una mujer indígena logre ser llamada a una entrevista de trabajo tiene que enviar 23% más currículums que sus pares no indígenas.
Los autores del estudio del CEEY, Luis A. Monroy-Gómez Franco, Roberto Vélez Grajales y Gastón Yalonetzky, señalan que el racismo en México—o régimen colorista, como ellos lo refieren— “es más estricto para las mujeres que para los hombres”.
Un tono de piel oscuro implica una mayor probabilidad de permanecer en la parte inferior de la distribución de ingresos, pero el machismo hunde más a las mujeres.
Todo esto deriva en la precariedad. El 65% de la población indígena esté en situación de pobreza, según el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval). En cambio, el 33% de las personas no indígenas viven en esa condición.
En América Latina, las personas indígenas ganan sólo el 33% de lo que perciben quienes se incluyen en esa categoría política, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT)
Como resultado de ellos, “las comunidades indígenas estás más expuesta a situaciones de explotación laboral, malas condiciones de trabajo, bajos salarios, ausencia de seguridad social, migración, trabajo forzado, servidumbre o esclavitud”, dice la abogada Cecilia Valencia.
El concepto de “lo indígena”
La idea racista de lo que es una persona indígena, como el tono de piel oscuro, la lengua que habla o la vestimenta, tiene una fuerte carga para las personas que cumplen con una o todas esas características.
Y eso, por supuesto, también pasa en el ámbito del trabajo, “sobre todo, teniendo en consideración que muchas oportunidades laborales se dan en contextos urbanos y en ciudades”, señala la también especialista en derecho indígena.
El que una persona vista con ropa tradicional no quiere decir necesariamente que sea leída como indígena. “Se me viene a la mente esta política, Beatriz Paredes, que desde hace años anda con textiles artesanales”.
La construcción social de lo indígena y los estereotipos que de ella derivan trae varios problemas por los que no pasan las personas no percibidas como indígenas.
Por ejemplo, alguien que viste con ropa tradicional, pero es leída simplemente como alguien que puede comprar ese tipo de indumentarias, no recibe toda esa carga discriminatoria. En cambio si una prenda como esa la utiliza una persona morena, la lectura social sobre ella será muy distinta.
Esas diferencias hacen que muchas personas indígenas “modifiquen su personalidad y su identidad a fin de colocarse en el mercado laboral”, dice la abogada. También provoca que migren hacia las ciudades.
También hay afectaciones laborales para las personas indígenas que no cumplen con las características del imaginario racista. Una de ellas es la asimilación forzada, dice Cecilia Valencia Canul.
Si el racismo es un tipo de violencia y ocurre en todos los espacios incluido el laboral, señala la especialista, muchas personas preferirán asimilarse al ambiente en el que viven para no ser discriminadas. “La repercusión será la pérdida de la identidad y tener que adaptarse, y entrecomillo ‘adaptarse’, a contextos urbanos para evitar ser violentados. Esto es un problema super preocupante”.
Ante este contexto, es importante crear mecanismos para acceder y garantizar los derechos de las personas indígenas en el trabajo, apunta. “Se necesitan políticas públicas que tomen en consideración los contextos lingüísticos, culturales y sociales específicos para la dignificación de los trabajos que existen”.
Por ejemplo, subraya, el poco acceso a la seguridad social y la falta de aplicación de los derechos laborales es un problema generalizado, pero que afecta más a las personas indígenas.
Para Cecilia Valencia, además es necesario cambiar la lógica laboral y de creación de empleo. “Hay que generar fuentes de trabajo que apoyen a la conservación y protección de la tierra, el territorio y los recursos naturales, esto es un elemento esencial para los pueblos y las comunidades indígenas. Y ver de manera integral, correlacionada y con una perspectiva intercultural los derechos laborales de las personas indígenas”.
Artículo tomado de El Economista, lea el original aquí.